ANASTASIS

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Este texto recoge una Hora Eucarística que di el jueves 20 de abril 2017.

San Juan Damasceno comenta: “En tiempos pasados, Dios, que no tenía forma, no podía ser representado. Pero hoy, como Dios se ha manifestado en la carne y ha vivido entre los hombres, yo puedo representar el aspecto visible de Dios.” En el Imperio Bizantino, este proceso de creación artística cristiana adquirió una notable profundidad y se produjo una mezcla entre el arte y la teología de donde surgió una nueva sensibilidad artística. Vamos a rezar con un icono y un fresco bizantinos.

El icono y el fresco describen y deben servir para que los fieles puedan identificar fácilmente las escenas bíblicas y los motivos religiosos. Para llamar la atención sobre la realidad espiritual, se utilizan varios procedimientos estilísticos. Uno de ellos es el alargamiento y engrandecimiento del cuerpo y de los miembros del personaje representado. Así el orante olvida la gravedad terrestre y se dirige hacia lo alto. Admás, se representa sólo lo fundamental. No hay ningún elemento “decorativo”, o que sea colocado únicamente para el goce estético del observador, ya que posee un significado teológico específico y todos sus elementos están ordenados para transmitir la Palabra de Dios.

Vamos a contemplar la Anastasis que ha sido un tema muy común en la iconografía bizantina. Anastasis es la palabra griega que se refiere a la Resurrección de Cristo y en un significado más restringido, al descenso de Cristo a los infiernos. Este episodio se describe ampliamente en el Evangelio Apócrifo de Nicodemo:

XXV 1. Y el Señor extendió su mano, y dijo: Venid a mí, todos mis santos, hechos a mi imagen y a mi semejanza. Vosotros, que habéis sido condenados por el madero, por el diablo y por la muerte, veréis a la muerte y al diablo condenados por el madero.

2. Y, en seguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor, tomando la de Adán, le dijo: Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos.

3. Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor, y dijo en voz alta: Señor, te glorificaré, porque me has acogido, y no has permitido que mis enemigos triunfasen sobre mí para siempre. Hacia ti clamé, y me has curado, Señor. Has sacado mi alma de los infiernos, y me has salvado, no dejándome con los que descienden al abismo. Cantad las alabanzas del Señor, todos los que sois santos, y confesad su santidad. Porque la cólera está en su indignación, y en su voluntad está la vida.

4. Y asimismo todos los santos de Dios se prosternaron a los pies del Señor, y dijeron con voz unánime: Has llegado, al fin, Redentor del mundo, y has cumplido lo que habías predicho por la ley y por tus profetas. Has rescatado a los vivos por tu cruz, y, por la muerte en la cruz, has descendido hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y de la muerte, por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu gloria en el cielo, y has elevado el signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de igual modo, Señor, coloca en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no domine más.

5. Y el Señor, extendiendo su mano, hizo la señal de la cruz sobre Adán y sobre todos sus santos. Y, tomando la mano derecha de Adán, se levantó de los infiernos, y todos los santos lo siguieron.

6. Entonces el profeta David exclamó con enérgico tono: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho cosas admirables. Su mano derecha y su brazo nos han salvado. El Señor ha hecho conocer su salud, y ha revelado su justicia en presencia de todas las naciones.

7. Y toda la multitud de los santos respondió, diciendo: Esta gloria es para todos los santos. Así sea. Alabad a Dios.

8. Y entonces el profeta Habacuc exclamó, diciendo: Has venido para la salvación de tu pueblo, y para la liberación de tus elegidos.

9. Y todos los santos respondieron, diciendo: Bendito el que viene en nombre del Señor, y nos ilumina.

10. Igualmente el profeta Miqueas exclamó, diciendo: ¿Qué Dios hay como tú, Señor, que desvaneces las iniquidades, y que borras los pecados? Y ahora contienes el testimonio de tu cólera y te inclinas más a la misericordia. Has tenido piedad de nosotros, y nos has absuelto de nuestros pecados, y has sumido todas nuestras iniquidades en el abismo de la muerte, según lo que habías jurado a nuestros padres en los días antiguos.

11. Y todos los santos respondieron, diciendo: Es nuestro Dios para siempre, por los siglos de los siglos, y durante todos ellos nos regirá. Así sea. Alabad a Dios.

12. Y los demás profetas recitaron también pasajes de sus viejos cánticos, consagrados a alabar a Dios. Y todos los santos hicieron lo mismo.”

De manera mucho más breve, encontramos en el Nuevo Testamento: “Los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y después que él resucitó, salieron de los sepulcros, entraron en la santa ciudad y aparecieron a muchos.” (Mt 27, 52-53).

La primera obra es un icono bizantino del siglo XV que copia el tema de iconos anteriores al sigo XIV.

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En este icono, Cristo lleva los colores de la Encarnación: túnica roja (hombre) y manto azul (Dios). Ya está iluminando los infiernos y la muerte con su Presencia. El color amarillo, que es pan de oro en el icono, lo llena todo de esa luz increada. Toma de la mano a Adán a quien vigorosamente arranca de las tinieblas de la muerte. Este cara a cara del primero y del nuevo Adán adquiere una significación particular. Lo que esta segunda creación ha conseguido es muy superior a la primera. La Vida dada por el Segundo Adán nunca perecerá. Cristo se agacha para levantar a Adán; Dios se rebaja. Despojándose de su divinidad, se reviste de nuestra carne, sufre (instrumentos de la Pasión arriba pero instrumentos de su victoria) para subirnos y exaltarnos a la condición divina por su Resurrección. Con Adán es arrastrado y toda la humanidad hereda de él. Agotado por el despertar del sueño de la muerte (del pecado), contempla a su Liberador con mirada gozosa, llena de fatiga y suplicándole con la otra mano la ayuda necesaria para levantarse de la situación caída y desgraciada del pecado y la muerte. Como dicen los maitines del Sábado Santo en la tradición ortodoxa: “ Has venido a la tierra para salvar a Adán, al no encontrarlo, oh Señor, has ido a buscarlo hasta en el infierno” La representación de la muerte, a los pies de Cristo, es siempre de color negro así como la cueva negra y oscura de los infiernos. Se ven figuras grotescas (o una figura atada que representa al Hades que es encadenado por ángeles o por el mismo Cristo), así como llaves, clavos, cerrojos y goznes de las puertas rotas del infierno. En el centro, Cristo lleva en sus manos un rollo. Es el símbolo del pecado, de la deuda contraída por Adán y Eva, una letra que se tenia que pagar. En algunos iconos el rollo se muestra desplegado y rasgado en el centro. “Quien condona las deudas a todos los hombres, queriendo perdonar antiguas ofensas, espontáneamente vino a los desertores de su gracia y rasgado el quirógrafo del pecado… guía a todos hacia el conocimiento divino, iluminando de esplendor las mentes” (Himno Akatistos). En el derecho romano se llama quirógrafo una obligación escrita por una persona o firmada con su propia mano y sellada con su anillo. Eva tiende sus manos hacia la Vida que perdió en el Paraíso. Está vestida de rojo. El rojo simboliza la carne, la humanidad: ella es la madre de los vivientes. Detrás de los primeros padres sigue una procesión de justos. Al otro lado de la representación aparecen David barbado y Salomón que señala a Cristo como uno de su linaje y van ataviados con vestidos reales. Juan el Bautista señala al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En los vestidos de los personajes, dominan los colores rojos y verdes, señal de la humanidad y de la esperanza y la vida, respectivamente. Todo el Antiguo Testamento está dirigido a la venida de Cristo. Su Encarnación y Resurrección son la última realización del Antiguo testamento y el comienzo de algo totalmente nuevo y definitivo. Ambos grupos constituyen una representación del pueblo sumergido en las tinieblas sobre los que se ha elevado la Luz de la Vida. Todos tienden sus manos hacia Él, esperanza de toda la humanidad.

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Aquí, los ropajes de Cristo son blancos deslumbrantes como los de la Transfiguración. Viste de blanco símbolo de la Presencia divina porque es el Resucitado. En la iconografía bizantina, el blanco siempre representa la divinidad. No es propiamente un color, sino la suma de todos ellos. Es la luz misma y el color de la “Vida Nueva”. Los primeros cristianos, al bautizarse, llevaban vestiduras blancas como símbolo de su nacimiento a la nueva vida trascendente. Cristo aparece como el Dueño de la Vida y del Cosmos, en una mandorla (almendra mística) como en las representaciones de Cristo en majestad (Pantocrator = todopoderoso). Su cuerpo resucitado, vencedor del abismo de la muerte, está animado por el Espíritu Santo, de ahí ese resplandor de energías divinas (rayos de oro) y ese dinamismo expresado en su avanzar hacia Adán. Su ser entero “todo luz” anuncia la aurora del nuevo día que nunca tendrá ocaso. Es el día de la Resurrección, el Domingo sin fin donde la creación es recreada para siempre. Cristo toma de la mano a Adán y a Eva, colocados simétricamente a su derecha e izquierda. A los pies de Cristo y dentro de la cueva, se distinguen las puertas del infierno rotas y todos sus pestillos, cadenas y clavos esparcidos. En este icono no aparece la cruz como estandarte de victoria. Cristo es ya el Rey de la Gloria que lo llena todo con su Resurrección. La muerte, de la que es señal la cruz, ya esta derrotada, no existe. La cruz aparece en el nimbo que rodea la cabeza de Cristo, pero tenuemente sugerida, transfigurada por la potencia de la Resurrección, ya que ha sido el medio por el que ha conseguido su señorío sobre la muerte y el pecado. Cristo camina sobre el abismo con la libertad y el poder del Vencedor. Su cuerpo espiritual, transfigurado por la resurrección, escapa a las leyes del mundo, a la gravedad marcada de corruptibilidad y muerte. A la cabeza de la humanidad, es a partir de ahora todo transparencia, apertura y comunión.

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También a la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén se la denomina de la Anástasis. “Cristo ha resucitado de entre los muertos; con la muerte ha derrotado a la muerte y a aquéllos que yacían en los sepulcros les ha dado la vida” (Himno pascual).

Cirilo de Jerusalén (Catequesis XII):

“Asumió la carne para ofrecer abundantes gracias y su cuerpo como cebo arrojado en brazos de la muerte para que, mientras el dragón infernal esperaba devorarle, tuviera en cambio que vomitar a aquellos que ya había devorado. En efecto, Él arrojó a la muerte para siempre y secó las lagrimas de todos los ojos.”

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Orígenes (comentario a San Juan):

“Ha entrado en las fauces de la muerte y como Jonás en el vientre del cetáceo, ha estado entre los muertos no por estar vencido, sino para recuperar la dracma perdida, la oveja perdida: Adán. Llama portadora de luz, la carne de Dios, bajo tierra disipa las tinieblas del infierno. La Luz resplandece entre las tinieblas.”

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Juan Crisóstomo (Homilía de Pascua):

“Nadie llore por sus pecados: el perdón se ha levantado del sepulcro. Nadie tema a la muerte pues nos ha liberado la muerte del Salvador; la ha destruido cuando yacía preso de ella. Ha castigado al Infierno Aquél que ha bajado a las profundidades; lo ha amargado porque tocó su carne. El Infierno fue amargado cuando se encontró contigo en los abismos. Fue amargado porque fue destruido, fue amargado, porque fue engañado, fue amargado porque fue encadenado. Tomó un cuerpo y se encontró frente a un Dios; tomó un puñado de tierra y encontró el cielo; tomó lo visible y se vio enfrentado al Invisible.”

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Frente a Cristo Eucaristía, contemplando estas imágenes, testimonios vivos de la fe del pueblo cristiano, pidamos al Señor que nos permita penetrar un poco más en el misterio de su Muerte y Resurrección.

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