Tenemos que reconocer que el adviento no es un puro recuerdo del pasado, la espera de la llegada del Mesías, sino que el adviento es nuestro presente, nuestra realidad. Con este período del año litúrgico reconocemos la falta de salvación no como un hecho que se dio alguna vez en el mundo, y que todavía se da en algún sitio, sino como un hecho situado en medio de nosotros y de la Iglesia.
Hubo un adviento pero todavía hoy sigue habiéndolo. Lo primero que debemos aceptar es esta realidad continua del adviento. Si lo hacemos, empezaremos a conocer que la frontera entre antes de Cristo y después de Cristo no está marcada ni en la historia ni en los mapas, sino que sólo atraviesa nuestro propio corazón.
En la medida en que vivamos del egoísmo, cerrados en nosotros mismos, seremos de antes de Cristo. Pero roguemos al Señor en este período de adviento que nos conceda no ser ni de antes de Cristo ni de después de Él, sino el vivir realmente con Cristo y en Cristo: con Él, que es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Heb 13, 8).
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